»Cuando Efraín vio su enfermedad y Judá reparó en sus llagas, Efraín recurrió a Asiria y pidió la ayuda del gran rey. Pero el rey no podrá sanarlo ni tampoco curar sus llagas.
Efraín se alimenta de viento: todo el día va tras el viento del este y multiplica la mentira y la violencia. Hace pactos con Asiria, y a Egipto le da aceite como tributo».
«¿Cómo puedes decir: “No me he contaminado ni me he ido tras los baales”? ¡Considera tu conducta en el valle! ¡Reconoce lo que has hecho! ¡Camella joven y arisca que corre para todos lados!
Asiria no podrá salvarnos; no montaremos caballos de guerra. Nunca más llamaremos “dios nuestro” a cosas hechas por nuestras manos, pues en ti el huérfano halla compasión».
Para colmo, desfallecen nuestros ojos esperando en vano que alguien nos ayude. Desde nuestras torres estamos en espera de una nación que no puede salvarnos.
«Así dice el Señor, el Dios de Israel: “Díganle al rey de Judá que los mandó a consultarme: ‘El ejército del faraón, que salió para apoyarlos, se volverá a Egipto.