Este pueblo malvado, que se niega a obedecerme, que sigue la terquedad de su corazón y va tras otros dioses para servirlos y adorarlos, será como este cinturón, que no sirve para nada.
Hay un mal en todo lo que se hace bajo el sol: todos tienen un mismo final. Además, el corazón del hombre rebosa de maldad; la necedad está en su corazón toda su vida y después de eso la muerte.
Pero ellos no me obedecieron ni me prestaron atención, sino que siguieron los consejos de su terco y malvado corazón. Fue así como, en vez de avanzar, retrocedieron.
La rebeldía es tan grave como la adivinación, y la arrogancia, como el pecado de la idolatría. Y como tú has rechazado la palabra del Señor, él te ha rechazado como rey».
Pero cuando el líder moría, ellos volvían a corromperse aún más que sus antepasados, pues se iban tras otros dioses, a los que servían y adoraban. De tal forma se negaban a abandonar sus malvadas costumbres y su obstinada conducta.
Si alguno de ustedes, al oír las palabras de este juramento, se cree bueno y piensa: «Todo me saldrá bien, aunque persista yo en hacer lo que me plazca», provocará la ruina tanto en la tierra regada como en la seca.
Cuando el Señor percibió el grato aroma, se dijo a sí mismo: «Aunque la inclinación del corazón del ser humano es perversa desde su juventud, nunca más volveré a maldecir la tierra por culpa suya. Tampoco volveré a destruir a todos los seres vivientes, como acabo de hacerlo.
»Por tanto, advierte al pueblo de Israel que así dice el Señor y Dios: “¿Se contaminarán ustedes a la manera de sus antepasados y se prostituirán con sus ídolos detestables?
Así dice el Señor: «Por tres pecados de Judá y por el cuarto, no anularé su castigo, porque rechazaron la Ley del Señor y no obedecieron sus estatutos; porque se dejaron descarriar por falsos dioses, tras los que anduvieron sus antepasados.
Desde la época de sus antepasados se han apartado de mis estatutos y no los han guardado. Vuélvanse a mí y yo me volveré a ustedes —dice el Señor de los Ejércitos—. »Pero ustedes preguntan: “¿En qué sentido tenemos que volvernos?”.
¿Es Jeconías una vasija despreciable y rota, un objeto que nadie desea? ¿Por qué son arrojados él y su descendencia y echados a un país que no conocen?