«Por eso, así dice el Señor en contra de los hombres de Anatot, que buscan quitarte la vida y afirman: “¡No profetices en nombre del Señor, si no quieres morir a manos nuestras!”.
Escucho a muchos decir con sorna: «¡Hay terror por todas partes!». Y hasta agregan: «¡Denúncienlo! ¡Vamos a denunciarlo!». Aun mis mejores amigos esperan que tropiece. También dicen: «Quizá lo podamos seducir. Entonces lo venceremos y nos vengaremos de él».
A los videntes les dicen: «¡No tengan más visiones!», y a los profetas: «¡No nos sigan profetizando la verdad! Dígannos cosas agradables, profeticen ilusiones.
Pero en cuanto Jeremías terminó de decirle al pueblo todo lo que el Señor había ordenado, los sacerdotes y los profetas y todo el pueblo lo apresaron y dijeron: «¡Vas a morir!
y me dijo: “Janamel, hijo de tu tío Salún, vendrá a pedirte que le compres el campo que está en Anatot, pues tienes el derecho y la responsabilidad de rescatarlo por ser el pariente más cercano”.