»¡Despierta, espada, contra mi pastor, contra mi compañero!», afirma el Señor de los Ejércitos. «Hiere al pastor para que se dispersen las ovejas y vuelva yo mi mano contra los pequeños.
«Se enciende mi ira contra los pastores; castigaré a esos líderes. Ciertamente el Señor de los Ejércitos cuida de Judá, que es su rebaño, y lo convertirá en su corcel de honor el día de la batalla.
Como un pastor que cuida de sus ovejas cuando están dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las rescataré de todos los lugares donde, en un día oscuro y de nubarrones, fueron dispersadas.
Nunca preguntaron los sacerdotes: “¿Dónde está el Señor?”. Los que se ocupaban de la Ley jamás me conocieron; los pastores se rebelaron contra mí, profetizaron en nombre de Baal y se fueron tras dioses que para nada sirven.
»Israel es como un rebaño descarriado, acosado por los leones. Primero lo devoró el rey de Asiria y luego Nabucodonosor, rey de Babilonia, le quebró todos los huesos».
«Sus camellos serán el botín, y su numeroso ganado, el despojo. Dispersaré a los cuatro vientos a los que se rapan las sienes; de todas partes les traeré su ruina», afirma el Señor.
Los profetas profieren mentiras, los sacerdotes gobiernan a su antojo, ¡y mi pueblo tan campante! Pero ¿qué van a hacer ustedes cuando todo haya terminado?
Así dice el Señor: «Anoten a este hombre como si fuera un hombre sin hijos; como alguien que fracasó en su vida. Porque ninguno de sus descendientes logrará ocupar el trono de David ni reinar de nuevo en Judá».