Entonces José se abrazó al cuerpo de su padre y, llorando, lo besó.
Yo te acompañaré a Egipto y yo mismo haré que vuelvas. Además, cuando mueras, será José quien te cierre los ojos.
Hermanos, no queremos que ignoren lo que va a pasar con los que ya han muerto, para que no se entristezcan como esos otros que no tienen esperanza.
Y ustedes, padres, no hagan enojar a sus hijos, sino críenlos según la disciplina e instrucción del Señor.
Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban e hicieron gran duelo por él.
Cuando Eliseo cayó enfermo de muerte, Joás, rey de Israel, fue a verlo. Echándose sobre él, lloró y exclamó: —¡Padre mío, padre mío, carro y jinete poderoso de Israel!
y murió en Quiriat Arbá, es decir, en la ciudad de Hebrón, en la tierra de Canaán. Abraham hizo duelo y lloró por ella.
Cuando Jacob terminó de dar estas instrucciones a sus hijos, volvió a acostarse; exhaló el último suspiro y fue a reunirse con sus antepasados.
Luego ordenó a los médicos a su servicio que embalsamaran el cuerpo y así lo hicieron.