Todo el dinero que los habitantes de Egipto y de Canaán habían pagado por el alimento, José lo recaudó para depositarlo en el palacio del faraón.
Cuando ya el hambre se había extendido por todo el territorio y había arreciado, José abrió los graneros para vender alimento a los egipcios.
Cada uno ponga al servicio de los demás el don que haya recibido, administrando bien la gracia de Dios en sus diversas formas.
Ahora bien, a los que reciben un encargo se les exige que demuestren ser dignos de confianza.
Cuando a egipcios y cananeos se les acabó el dinero, los egipcios fueron a ver a José y reclamaron: —¡Denos de comer! ¿Hemos de morir en su presencia solo porque no tenemos más dinero?
Además, de todos los países llegaban a Egipto para comprarle alimento a José, porque el hambre cundía ya por todo el mundo.
La gente maldice al que acapara el trigo, pero colma de bendiciones al que gustoso lo vende.