—Hijo mío, ¡que esa maldición caiga sobre mí! —le contestó su madre—. Tan solo haz lo que te pido y ve a buscarme esos cabritos.
—¡Que la culpa de su muerte caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos! —contestó todo el pueblo.
Pero la mujer de Tecoa respondió: —Mi señor y rey, que la culpa caiga sobre mí y sobre mi familia, y no sobre el rey ni su trono.
Se arrojó a sus pies y dijo: —Señor mío, yo tengo la culpa. Deje que esta sierva suya hable; le ruego que me escuche.
Yo te respondo por su seguridad; a mí me pedirás cuentas. Si no te lo devuelvo sano y salvo, yo seré el culpable ante ti para toda la vida.
Ahora bien, hijo mío, escúchame bien y haz lo que te mando.
—Véndeme entonces los derechos bajo juramento —insistió Jacob. Esaú se lo juró y fue así como vendió a Jacob sus derechos de primogénito.
y el Señor le contestó: «Dos naciones hay en tu seno; dos pueblos se dividen desde tus entrañas. Uno será más fuerte que el otro y el mayor servirá al menor».
Jacob fue a buscar los cabritos, se los llevó a su madre y ella preparó el guiso tal como le gustaba a su padre.
Por eso, hijo mío, obedéceme: Prepárate y huye enseguida a Jarán, a la casa de mi hermano Labán,
También Ocozías siguió el mal ejemplo de la familia de Acab, pues su madre le aconsejaba que hiciera lo malo.