y dijo a su pueblo: «¡Cuidado con los israelitas, que ya son más fuertes y numerosos que nosotros!
Vi, además, que tanto el afán como el éxito en la vida despiertan envidias. Y también esto es vanidad; ¡es correr tras el viento!
En otro tiempo también nosotros éramos necios y desobedientes. Estábamos descarriados y éramos esclavos de todo género de pasiones y placeres. Vivíamos en la malicia y en la envidia. Éramos detestables y nos odiábamos unos a otros.
Cruel es la furia y arrolladora la ira, pero ¿quién puede enfrentarse a los celos?
Gloria del rey es gobernar a una gran población; un príncipe sin súbditos está arruinado.
¿O creen que la Escritura dice en vano que Dios ama celosamente al espíritu que hizo morar en nosotros?
El resentimiento mata a los necios; la envidia mata a los insensatos.
Así que Abimélec dijo a Isaac: —Aléjate de nosotros, pues ya eres más poderoso que nosotros.
—Yo soy Dios, el Dios de tu padre —le dijo—. No tengas temor de ir a Egipto, porque allí haré de ti una gran nación.
Dense cuenta de que es mucha la gente de este país y ustedes no la dejan trabajar.