Todos los invitados podían beber cuanto quisieran, pues los camareros habían recibido instrucciones del rey de servir a cada uno lo que deseara.
En la mano del Señor Babilonia era una copa de oro que embriagaba a toda la tierra. Las naciones bebieron de su vino y se enloquecieron.
—Ahora saquen un poco y llévenlo al encargado del banquete —dijo Jesús. Así lo hicieron.
Nosotros obedecemos todo lo que nos ordenó Jonadab, hijo de Recab. Nunca bebemos vino; tampoco lo hacen nuestras mujeres ni nuestros hijos.
En copas de oro de las más variadas formas se servía el vino real, el cual corría a raudales, como era de esperarse del rey.
La reina Vasti, por su parte, ofreció también un banquete para las mujeres en el palacio del rey Asuero.