Pero ahora Dios, a fin de presentarlos santos, intachables e irreprensibles delante de él, los ha reconciliado en el cuerpo mortal de Cristo mediante su muerte,
¡Cuán bella eres, amada mía! ¡Cuán bella eres! Tus dos ojos, tras el velo, son como palomas. Tus cabellos son como los rebaños de cabras que descienden de los montes de Galaad.
Vi además la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, procedente de Dios, preparada como una novia hermosamente vestida para su prometido.
Yo dormía, pero mi corazón velaba. ¡Y oí una voz! ¡Mi amado estaba a la puerta! «Hermana, amada mía; preciosa paloma mía, ¡déjame entrar! Mi cabeza está empapada de rocío; la humedad de la noche corre por mi pelo».