Lo tomé de la mano del ángel y me lo comí. Me supo dulce como la miel, pero al comérmelo se me amargaron las entrañas.
Luego me dijo: «Hijo de hombre, cómete el rollo que te estoy dando hasta que te sacies». Me lo comí y era tan dulce como la miel.
Panal de miel son las palabras amables: endulzan la vida y dan salud al cuerpo.
¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! ¡Son más dulces que la miel a mi boca!
Quiera él agradarse de mi meditación; yo, por mi parte, me regocijo en el Señor.
Son más deseables que el oro, más que mucho oro refinado; son más dulces que la miel, la miel que destila del panal.
El Espíritu me levantó y se apoderó de mí. Y me fui amargado y enardecido en mi espíritu, mientras la mano del Señor me sujetaba con fuerza.
La mano abrió ante mis ojos el rollo. Estaba escrito por ambos lados; contenía lamentos, quejidos y dolores.
Me acerqué al ángel y le pedí que me diera el rollo. Él me dijo: «Tómalo y cómetelo. Te amargará las entrañas, pero en la boca te sabrá dulce como la miel».
Entonces me ordenó: «Tienes que volver a profetizar acerca de muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes».