Joab se le acercó. —¿Es usted Joab? —preguntó la mujer. —Así es. Entonces la mujer dijo: —Ponga atención a las palabras de su sierva. —Te escucho —respondió Joab.
Pero la mujer siguió diciendo: —Permita mi señor y rey que esta servidora suya diga algo más. —Habla.
Se arrojó a sus pies y dijo: —Señor mío, yo tengo la culpa. Deje que esta sierva suya hable; le ruego que me escuche.
una astuta mujer de la ciudad gritó: —¡Escúchenme! ¡Escúchenme! Díganle a Joab que venga acá para que yo pueda hablar con él.
Ella continuó: —Antiguamente, cuando había alguna discusión, la gente resolvía el asunto con este dicho: “Vayan y pregunten en Abel”.