—Guíanos adonde está esa banda de saqueadores —dijo David. —Júreme usted por Dios —suplicó el egipcio—, que no me matará ni me entregará a mi amo. Con esa condición, lo llevo adonde está la banda.
También Mefiboset, el nieto de Saúl, salió a recibir al rey. No se había lavado los pies ni la ropa, ni se había recortado el bigote, desde el día en que el rey tuvo que irse hasta que regresó sano y salvo.
Pero el rey respondió: —Esto no es asunto mío ni de ustedes, hijos de Sarvia. A lo mejor el Señor le ha ordenado que me maldiga. Y si es así, ¿quién se lo puede reclamar?