Sin embargo, un joven los vio y se lo hizo saber a Absalón, así que ellos se fueron de allí enseguida. Cuando llegaron a la casa de cierto hombre en Bajurín, se metieron en un pozo que él tenía en el patio.
No maldigas al rey ni con el pensamiento, ni en tu cuarto maldigas al rico, pues las aves del cielo pueden correr la voz. Tienen alas y pueden divulgarlo.
—Bueno —respondió el rey—, todo lo que antes fue de Mefiboset ahora es tuyo. —¡Humildemente me postro ante usted! —exclamó Siba—. ¡Que cuente yo siempre con el favor de mi señor y rey!
Ese manto es lo único que tiene para abrigarse; no tiene otra cosa sobre la cual dormir. Si se queja ante mí, yo atenderé a su clamor, pues soy un Dios misericordioso.