Es mejor que regreses a la ciudad y le digas a Absalón: “Majestad, estoy a su servicio. Antes fui siervo de su padre, pero ahora lo soy de usted”. De ese modo podrás ayudarme a desbaratar los planes de Ajitofel.
Su palabra es blanda como la mantequilla, pero su corazón es belicoso. Sus palabras son más suaves que el aceite, pero no son sino espadas desenvainadas.
—Pero ¿qué es lo que he hecho? —reclamó David—. ¿Qué falla ha visto usted en este servidor suyo desde el día en que entré a su servicio hasta hoy? ¿Por qué no me permiten luchar contra los enemigos de mi señor el rey?
—Está bien —respondió David—. Ya verá usted de lo que es capaz este siervo suyo. —Si es así —añadió Aquis—, de ahora en adelante te nombro mi guardaespaldas.
—De ningún modo —respondió Husay—. Soy más bien amigo del elegido del Señor, elegido también por este pueblo y por todos los israelitas. Así que yo me quedo con usted.