Mientras tanto, suspiramos anhelando ser revestidos de nuestra morada celestial,
Y no solo ella, sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo.
Me siento presionado por dos posibilidades: deseo partir y estar con Cristo, que es muchísimo mejor,
¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librará de este cuerpo sujeto a la muerte?
Fíjense bien en el misterio que voy a revelar: No todos moriremos, pero todos seremos transformados,
Fuiste tú quien me vistió de carne y piel, quien me tejió con huesos y tendones.