¡Ay de la nación queretea que habita a la costa del mar! La palabra del Señor es contra ti, Canaán, tierra de los filisteos: «Te aniquilaré hasta no dejar en ti habitante».
Por eso, así dice el Señor y Dios: Extenderé mi mano contra los filisteos. Exterminaré a los quereteos y destruiré a los que aún quedan en la costa del mar.
También ha ordenado que el sacerdote Sadoc, el profeta Natán y Benaías, hijo de Joyadá, con los quereteos y los peleteos, monten a Salomón en la mula del rey.
El sacerdote Sadoc, el profeta Natán y Benaías, hijo de Joyadá, y los quereteos y los peleteos, montaron a Salomón en la mula del rey David y lo escoltaron mientras bajaban hasta Guijón.
El egipcio los guio hasta los amalecitas, los cuales estaban dispersos por todo el campo, comiendo, bebiendo y festejando el gran botín que habían conseguido en el territorio filisteo y en el de Judá.
Al tercer día David y sus hombres llegaron a Siclag, pero se encontraron con que los amalecitas habían invadido la región del Néguev y que, luego de atacar e incendiar a Siclag,
De acuerdo con lo ordenado por el Señor, Josué dio a Caleb, hijo de Jefone, una porción del territorio asignado a Judá. Esa porción es Quiriat Arbá, es decir, Hebrón. Arbá fue un ancestro de los anaquitas.
Se llamaba Nabal y pertenecía a la familia de Caleb. Su esposa, Abigaíl, era una mujer bella e inteligente; Nabal, por el contrario, era insolente y de mala conducta.
—¿A quién perteneces? —preguntó David—. ¿De dónde vienes? —Soy egipcio —respondió—, esclavo de un amalecita. Hace tres días caí enfermo, y mi amo me abandonó.
—Guíanos adonde está esa banda de saqueadores —dijo David. —Júreme usted por Dios —suplicó el egipcio—, que no me matará ni me entregará a mi amo. Con esa condición, lo llevo adonde está la banda.