Después de huir y ponerse a salvo, David fue a Ramá para ver a Samuel y contarle todo lo que Saúl le había hecho. Entonces los dos se fueron a vivir a Nayot.
Ya Samuel había muerto. Todo Israel había hecho duelo por él y lo habían enterrado en Ramá, que era su propio pueblo. Saúl, por su parte, había expulsado del país a los médiums y a los espiritistas.
Por fin, Saúl en persona fue a Ramá y llegó al gran pozo que está en Secú. —¿Dónde están Samuel y David? —preguntó. —En Nayot de Ramá —alguien respondió.
Saúl se dirigió entonces hacia allá, pero el Espíritu de Dios vino también sobre él, y Saúl estuvo en trance profético por todo el camino, hasta llegar a Nayot de Ramá.
Al día siguiente madrugaron y, después de adorar al Señor, volvieron a su casa en Ramá. Luego Elcaná se unió a su esposa Ana, y el Señor se acordó de ella.
David huyó de Nayot de Ramá y fue adonde estaba Jonatán. —¿Qué he hecho yo? —preguntó—. ¿Qué crimen o delito he cometido contra tu padre, para que él quiera matarme?
Los oficiales dijeron a Aquis: —¿No es este David, el rey del país? ¿No es él por quien danzaban, y en los cantos decían: «Saúl mató a sus miles, pero David, a sus diez miles»?