Admito que yo soy el más insignificante de los apóstoles y que ni siquiera merezco ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios.
Me he portado como un insensato, pero ustedes me han obligado a ello. Ustedes debían haberme elogiado, pues de ningún modo soy inferior a los «superapóstoles», aunque yo no soy nada.
Saulo, por su parte, causaba estragos en la iglesia: entraba de casa en casa, arrastraba a hombres y mujeres y los encarcelaba.
Solo habían oído decir: «El que antes nos perseguía ahora predica la fe que procuraba destruir».
en cuanto al celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que la Ley exige, intachable.
Ustedes ya están enterados de mi conducta cuando pertenecía al judaísmo, de la furia con que perseguía a la iglesia de Dios, tratando de destruirla.
Pero considero que en nada soy inferior a esos «superapóstoles».
No hagan tropezar a nadie, ni a judíos, ni a los que no son judíos, ni a la iglesia de Dios.