Pues bien, cuando llegue el día en que yo intervenga —dice el Señor del universo—, volverán a ser mi propiedad personal y los perdonaré como hace un padre con el hijo que está a su servicio.
Tomo, pues, de entre los israelitas, a vuestros hermanos levitas y os los asigno como si fueran un don del Señor, para que sirvan en el ministerio de la Tienda del encuentro.
—Mira, yo me reservo a los levitas de entre los demás israelitas en sustitución de todos los primogénitos —los primeros nacidos— de Israel; los levitas serán, pues, míos.
—Reserva para mí a los levitas en lugar de todos los primogénitos de los israelitas; y reserva también el ganado de los levitas en lugar del ganado de los israelitas; los levitas serán míos. Yo soy el Señor.
En aquella ocasión el Señor apartó a la tribu de Leví para que transportara el Arca de la alianza del Señor y estuviera a disposición del Señor para servirle y pronunciar bendiciones en su nombre, como lo viene haciendo hasta hoy.
Un sumo sacerdote así era el que nosotros necesitábamos: santo, inocente, incontaminado, sin connivencia con los pecadores y encumbrado hasta lo más alto de los cielos.