Y todos se quedaron atónitos al comprobar la grandeza de Dios. Mientras todos seguían admirados por lo que Jesús había hecho, él dijo a sus discípulos:
Así dice el Señor del universo: Aunque al resto del pueblo esto le parezca prodigioso en aquellos días, no será prodigioso para mí —oráculo del Señor del universo—.
En el mismo instante, el ciego recobró la vista y, dando gloria a Dios, se unió a los que seguían a Jesús. Y todo el pueblo que presenció lo sucedido alabó también a Dios.
Todos quedaron asombrados y se decían unos a otros: —¡Qué poderosa es la palabra de este hombre! ¡Con qué autoridad da órdenes a los espíritus impuros y estos salen!
Después dijo Jesús a los discípulos: —¿Dónde está vuestra fe? Pero ellos, llenos de miedo y asombro, se preguntaban unos a otros: —¿Quién es este, que da órdenes a los vientos y al agua y lo obedecen?
Cuando el muchacho se acercaba a Jesús, el demonio lo derribó al suelo y le hizo retorcerse. Jesús, entonces, increpó al espíritu impuro, curó al muchacho y lo devolvió a su padre.
Cuando os anunciamos la venida gloriosa y plena de poder de nuestro Señor Jesucristo, no lo hicimos como si se tratara de leyendas fantásticas, sino como testigos oculares de su grandiosidad.