Y él se levantó, recogió al punto su camilla y se fue en presencia de todos. Todos los presentes quedaron asombrados y alabaron a Dios diciendo: —Nunca habíamos visto cosa semejante.
En el mismo instante, el ciego recobró la vista y, dando gloria a Dios, se unió a los que seguían a Jesús. Y todo el pueblo que presenció lo sucedido alabó también a Dios.
Los fariseos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: —Nosotros sabemos que ese hombre es pecador. Reconócelo tú también delante de Dios.