En uno de los pueblos por donde pasaba Jesús, había un hombre cubierto de lepra. Al ver a Jesús, se postró rostro en tierra y le dijo: —Señor, si quieres, puedes limpiarme de mi enfermedad.
Naamán, general del ejército del rey de Siria, era un hombre muy apreciado y distinguido por su rey, pues el Señor había dado la victoria a Siria valiéndose de él. Este hombre, que era un valiente guerrero, tenía lepra.
Al levantar la vista, David vio al ángel del Señor entre la tierra y el cielo, empuñando su espada desenvainada y extendida contra Jerusalén. Entonces David y los ancianos, vestidos de sayal, cayeron rostro en tierra,
Salió fuego de la presencia del Señor y consumió el holocausto y la grasa que estaba sobre el altar. Al verlo, todo el pueblo prorrumpió en gritos de júbilo y se postraron rostro en tierra.
En caso de infección de la piel, observad minuciosamente todas las instrucciones que os den los sacerdotes levitas y seguid al pie de la letra todo lo que yo les he ordenado.
Respondió el interpelado: —Yo soy el jefe del ejército del Señor y acabo de llegar. Cayó Josué rostro en tierra, lo adoró y le preguntó: —¿Qué manda mi Señor a su siervo?