Entonces, los que estén en Judea huyan a las montañas, los que estén dentro de Jerusalén salgan de ella y los que estén en el campo no entren en la ciudad.
Y mientras los sacaban fuera de la ciudad, uno de los ángeles le dijo: —¡Corre, ponte a salvo! No mires atrás ni te detengas para nada en el valle. Huye hacia las montañas, si no quieres morir.
Pero, cuando Nabucodonosor, rey de Babilonia, invadió el país, nos dijimos: «Vamos a Jerusalén para huir del ejército caldeo y del ejército arameo», y nos establecimos en Jerusalén.
Buscad refugio, benjaminitas, buscadlo fuera de Jerusalén; tocad la trompeta en Tecoa, alzad una enseña en Bet Queren, pues acecha por el norte una desgracia, se cierne un desastre imponente.
Dijo entonces a la comunidad: —Apartaos de las tiendas de esos hombres impíos y no toquéis ninguna cosa suya si no queréis perecer a causa de todos sus pecados.