—Había una vez en cierta ciudad un juez que no temía a Dios ni respetaba a persona alguna.
El justo respeta los derechos del pobre, el malvado ni siquiera los conoce.
los caminos aparecen desiertos, han dejado de pasar caminantes. Ha roto la alianza, desprecia a los testigos, no siente respeto por nadie.
Vivía también en la misma ciudad una viuda que acudió al juez, rogándole: «Hazme justicia frente a mi adversario».
Durante mucho tiempo, el juez no quiso hacerle caso, pero al fin pensó: «Aunque no temo a Dios ni tengo respeto a nadie,
Entonces el amo de la viña se dijo: «¿Qué más puedo hacer? Les enviaré a mi hijo, a mi hijo querido. Seguramente a él lo respetarán».
Además, si en la tierra hemos tenido unos padres que nos han corregido y, sin embargo, los hemos respetado, ¿no deberemos, con mucha más razón, someternos al Padre sobrenatural si queremos tener vida?