comenzaron a gritar: —¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!
En esto, una mujer cananea que vivía por aquellos lugares vino a su encuentro gritando: —¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí! Mi hija está poseída por un demonio que la atormenta terriblemente.
Al salir Jesús de allí, lo siguieron dos ciegos que suplicaban a voces: —¡Ten compasión de nosotros, Hijo de David!
Muchas veces ese espíritu lo arroja al fuego o al agua para matarlo. Si puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos.
Jesús, al verlos, les dijo: —Id a presentaros a los sacerdotes. Y sucedió que, mientras iban a presentarse, quedaron limpios de su lepra.
Simón le contestó: —Maestro, hemos pasado toda la noche trabajando y no hemos pescado nada; pero, puesto que tú lo dices, echaré las redes.