Decía Jesús: —¿Con qué puede compararse el reino de Dios? ¿Con qué lo compararé?
¿Con quién puedo compararte, ciudad de Jerusalén? ¿Con qué ejemplo consolarte, virgen, hija de Sion? Un mar inmenso es tu herida: ¿quién te la podrá curar?
Jesús les contó después esta otra parábola: —El reino de los cielos puede compararse a un hombre que había sembrado buena semilla en su campo.
También dijo: —Con el reino de Dios sucede lo mismo que con la semilla que un hombre siembra en la tierra:
Dijo también: —¿A qué compararé el reino de Dios?
No se podrá decir: «Está aquí» o «Está allí». En realidad, el reino de Dios ya está entre vosotros.
Jesús siguió diciendo: —¿Con qué compararé a esta gente de hoy? ¿A quién es comparable?