El muchacho le contestó: —Yo me encontraba casualmente en el monte Guilboa, cuando vi a Saúl apoyado sobre su lanza y acosado por los carros y los jinetes.
He visto además bajo el sol que los veloces no ganan siempre la carrera, ni los valientes la guerra, ni los sabios tienen sustento, ni los inteligentes riqueza, ni los instruidos estima, pues en todo interviene el tiempo y el azar.
Escuchad esto, sacerdotes; atención, casa de Israel; presta oído, casa real. Contra vosotros es el juicio pues habéis sido trampa en Mispá y una red tendida en el Tabor.
¡Ojalá alguien entre vosotros cerrara las puertas [del Templo] para que no encendierais mi altar inútilmente! Vosotros no me agradáis —dice el Señor del universo—, ni me complace la ofrenda de vuestras manos.
Jesús le dijo: —Un hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó fue asaltado por unos ladrones, que le robaron cuanto llevaba, lo hirieron gravemente y se fueron, dejándolo medio muerto.