Os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros estáis viendo, y no lo vieron; y oír lo que vosotros estáis oyendo, y no lo oyeron.
En cuanto a vosotros, felices vuestros ojos por lo que ven y vuestros oídos por lo que oyen.
Luego se volvió hacia sus discípulos y les dijo aparte: —¡Felices los que puedan ver todo lo que vosotros estáis viendo!
Por entonces, un doctor de la ley, queriendo poner a prueba a Jesús, le hizo esta pregunta: —Maestro, ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?
Abrahán, vuestro padre, se alegró con la esperanza de ver mi día; lo vio y se alegró.
Todos estos murieron sin haber recibido lo prometido, pero lo vieron de lejos con los ojos de la fe y lo saludaron, reconociendo así que eran extranjeros y gente de paso sobre aquella tierra.
Pero a pesar de haber sido todos aprobados por Dios en virtud de la fe, ninguno alcanzó la promesa.