Jesús les contestó: —Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí, jamás tendrá hambre; el que cree en mí, jamás tendrá sed.
No pasarán hambre ni sed, no los herirá el calor del sol; pues los guía el compasivo, los conduce junto a manantiales.
¡Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os daré descanso!
¡Ay de vosotros los que ahora estáis saciados, porque vais a pasar hambre! ¡Ay de vosotros los que ahora reís, porque vais a tener dolor y llanto!
Exclama entonces la mujer: —Señor, dame de esa agua; así ya no volveré a tener sed ni tendré que venir aquí a sacar agua.
A pesar de ello, vosotros no queréis aceptarme para obtener esa vida.
Todo aquel que el Padre me confía vendrá a mí, y yo no rechazaré al que venga a mí.
Los judíos comenzaron a criticar a Jesús porque había dicho que él era «el pan que ha bajado del cielo».
Y añadió: —Por eso os he dicho que nadie puede creer en mí si no se lo concede mi Padre.
El Espíritu y la Esposa claman: —¡Ven! Y el que escucha, diga: —¡Ven! Que venga también el sediento y, si lo desea, se le dará gratis agua de vida.
Ya no volverán a sentir hambre ni sed ni el ardor agobiante del sol.