Entonces quisieron subirlo a bordo, pero enseguida la barca tocó tierra en el lugar al que se dirigían.
Y a poco de pasarlos hallé al amor de mi vida; lo agarré y no lo solté hasta meterlo en casa de mi madre, en la alcoba de la que me engendró.
Luego subió a la barca con ellos, y el viento cesó. Ellos no salían de su asombro,
pero Jesús les dijo: —Soy yo. No tengáis miedo.
Al día siguiente, la gente que continuaba al otro lado del lago advirtió que allí solamente había estado atracada una barca y que Jesús no se había embarcado en ella con sus discípulos, sino que estos habían partido solos.
¿No ves que estoy llamando a la puerta? Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré en su compañía.