Entre ambos se llevaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas de lino bien empapadas en los aromas, según acostumbraban hacer los judíos para sepultar a sus muertos.
Fue enterrado en el sepulcro que se había hecho en la Ciudad de David, colocado en un lecho lleno de diversas clases de perfumes, elaborados por expertos perfumistas. Luego encendieron en su honor una enorme pira.
Pedro, sin embargo, se decidió, y echó a correr hacia el sepulcro. Al inclinarse a mirar, solo vio los lienzos; así que regresó a casa lleno de asombro por lo que había sucedido.