Pilato, al ver que nada adelantaba sino que el alboroto crecía por momentos, mandó que le trajeran agua y se lavó las manos en presencia de todos, proclamando: —¡Yo no me hago responsable de la muerte de este hombre! ¡Allá vosotros!
Al ver a Jesús, los jefes de los sacerdotes y sus esbirros comenzaron a gritar: —¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo! Pilato insistió: —Tomadlo vosotros y crucificadlo; yo no encuentro delito alguno en él.