Quien vive preocupado solamente por su vida, terminará por perderla; en cambio, quien no se apegue a ella en este mundo, la conservará para la vida eterna.
Y todos los que hayan dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o tierras por causa de mí, recibirán el ciento por uno de beneficio y la herencia de la vida eterna.
—Si uno quiere venir conmigo y no está dispuesto a dejar padre, madre, mujer, hijos, hermanos y hermanas, e incluso a perder su propia vida, no podrá ser discípulo mío.
Por lo que a mi vida respecta, en nada la aprecio. Solo aspiro a terminar mi carrera y a culminar la tarea que me encomendó Jesús, el Señor: proclamar la buena noticia de que Dios nos ha dispensado su favor.
Pero él respondió: —¿Por qué me desanimáis con vuestro llanto? Estoy dispuesto no solo a dejarme encadenar, sino a morir en Jerusalén por la causa de Jesús, el Señor.
Hubo incluso mujeres que recobraron resucitados a sus muertos. Algunos se dejaron torturar hasta morir, renunciando a ser liberados ante la esperanza de alcanzar una resurrección más valiosa.
Han sido ellos quienes lo vencieron por medio de la sangre del Cordero y por medio del mensaje con que testificaron, sin que su amor a la vida les hiciera rehuir la muerte.