Pedro y sus compañeros se sentían cargados de sueño, pero se mantuvieron despiertos y vieron la gloria de Jesús y a los dos personajes que estaban con él.
Jesús le contestó: —Llevo tanto tiempo viviendo con vosotros, ¿y aún no me conoces, Felipe? El que me ve a mí, ve al Padre. Y si es así, ¿cómo me pides que os muestre al Padre?
Es mi deseo, Padre, que todos estos que tú me has confiado estén conmigo y contemplen mi gloria, la que me diste porque me amaste antes de que el mundo existiese.
Pilato insistió: —Entonces, ¿eres rey? Jesús le respondió: —Soy rey, como tú dices. Y mi misión consiste en dar testimonio de la verdad. Precisamente para eso nací y para eso vine al mundo. Todo el que ama la verdad escucha mi voz.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo voy a dar es mi carne, entregada para que el mundo tenga vida.
y que ahora ha cumplido en favor de nosotros, sus hijos, resucitando a Jesús, como está escrito en el salmo segundo: Tú eres mi hijo; hoy te he engendrado.
Es decir, lo que era imposible para la ley a causa de la debilidad humana, lo llevó a cabo Dios enviando a su propio Hijo, que compartió nuestra condición pecadora y, a fin de eliminar el pecado, dictó sentencia condenatoria contra el pecado a través de su naturaleza mortal.
y otras tantas me ha dicho: «te basta mi gracia, porque mi fuerza se realiza plenamente en lo débil». Con gusto, pues, presumiré de mis flaquezas, para sentir dentro de mí la fuerza de Cristo.
A mí, que soy el más insignificante de todos los creyentes, se me ha concedido este privilegio: anunciar a los paganos la incalculable riqueza de Cristo
Grande es, sin lugar a dudas, el misterio de nuestra religión: Cristo vino al mundo como ser mortal, el Espíritu dio testimonio de él, lo contemplaron los ángeles, fue anunciado a las naciones, en el mundo le creyeron, Dios lo recibió en su gloria.
El Hijo, que siendo reflejo resplandeciente de la gloria del Padre e imagen perfecta de su ser, sostiene todas las cosas mediante su palabra poderosa y que, después de habernos purificado del pecado, se sentó junto al trono de Dios en las alturas
Del mismo modo, no fue Cristo quien se arrogó la dignidad de sumo sacerdote, sino que fue Dios quien le dijo: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy.
Y oí una voz poderosa que decía desde el trono: —Esta es la morada que Dios ha establecido entre los seres humanos. Habitará con ellos, ellos serán su pueblo y él será su Dios.