Josué se rasgó las vestiduras, se postró en adoración delante del Arca del Señor hasta la tarde, y con él los ancianos de Israel; todos esparcieron polvo sobre sus cabezas.
Hicieron duelo, lloraron y ayunaron hasta el atardecer por Saúl y por su hijo Jonatán, por el pueblo del Señor y por la casa de Israel, pues habían caído a espada.
Al tercer día llegó un hombre del campamento de Saúl, con la ropa destrozada y la cabeza cubierta de polvo. Cuando llegó ante David, se postró en tierra e hizo una reverencia.
Mientras Esdras oraba y se confesaba llorando, postrado ante el Templo de Dios, se congregó junto a él una grandísima multitud de israelitas: hombres, mujeres y niños que lloraban también a lágrima viva.
Cuando Mardoqueo se enteró de lo ocurrido, se rasgó la ropa, se vistió de sayal y se echó ceniza por encima y salió a la calle gritando con enorme angustia.
En cada provincia adonde llegaban el edicto y la orden real, llegaba también la aflicción para los judíos, quienes manifestaban su dolor ayunando, llorando y gimiendo. Muchos se vestían de sayal y se tendían sobre ceniza.
Pero ellos se postraron sobre sus rostros y dijeron: —Oh Dios, origen de toda vida, si ha sido uno solo el que pecó, ¿te enojarás contra toda la comunidad?
Dijo Josué: —¡Ah, Señor mi Dios! ¿Por qué has hecho cruzar el Jordán a este pueblo? ¿Lo has hecho para entregarnos en manos de los amorreos y acabar con nosotros? ¡Ojalá hubiésemos seguido viviendo al otro lado del Jordán!
Y, echándose polvo sobre la cabeza, lloraban y se lamentaban, diciendo: —¡Desgraciada de ti, la gran ciudad, fuente de riqueza para cuantos surcaban los mares con sus barcos! ¡Un instante ha bastado para convertirte en ruinas!
Al verla, rasgó sus vestiduras y gritó: —¡Ay, hija mía, me has destrozado! ¿Por qué has de ser tú la causa de mi desgracia? Me comprometí ante el Señor y no puedo volverme atrás.
Los israelitas se reunieron en Betel y estuvieron llorando delante del Señor hasta la tarde. Luego consultaron al Señor si debían volver a combatir contra su hermano Benjamín. El Señor les respondió: —Subid contra él.
Entonces todos los israelitas se reunieron de nuevo en Betel; se quedaron allí sentados todo el día llorando delante del Señor, ayunando hasta la tarde y ofreciendo al Señor holocaustos y sacrificios de comunión.