En ellas podrá refugiarse el homicida que haya matado a alguien involuntariamente; esas ciudades le servirán de asilo para escapar del vengador de la sangre.
Ella le dijo: —Su majestad pida a Dios que el defensor de la sangre no aumente las desgracias, acabando con mi hijo. Él afirmó: —¡Vive Dios, que nadie tocará ni un pelo de tu hijo!
Estas ciudades os servirán como refugio frente al vengador de la sangre, para que no muera el homicida hasta que comparezca en juicio delante de la comunidad.
Ofrecía así dos garantías, ambas irrevocables, porque Dios no puede engañar, y proporcionaba un poderoso consuelo a quienes se refugiaban en él para mantener la esperanza a que estamos destinados.
El homicida huirá a una de esas ciudades: se detendrá a la entrada de la puerta de la ciudad y expondrá su caso a los ancianos de la ciudad. Estos lo admitirán en su ciudad y le asignarán una casa para que habite con ellos.