Pero entonces un profeta se acercó a Ajab, rey de Israel y le dijo: —Así dice el Señor: «¿Ves todo ese gran ejército? Pues te lo voy a entregar hoy mismo, para que reconozcas que yo soy el Señor».
Entonces el Señor me dijo: No le tengas miedo, porque lo he entregado en tu poder con todo su pueblo y su territorio. Harás con él lo mismo que hiciste con Sijón, el rey de los amorreos, que vivía en Jesbón.
Josué añadió: —Sed decididos y valientes; no tengáis miedo ni os acobardéis, pues así tratará el Señor a todos los enemigos contra los que tenéis que combatir.
El Señor dijo entonces a Josué: —No les tengas miedo, porque mañana, a esta misma hora, haré que perezcan todos ellos ante Israel; tú desjarretarás sus caballos y quemarás sus carros.
El Señor dijo entonces a Josué: —¡No tengas miedo ni te acobardes! Toma contigo a toda la gente de guerra y disponte a atacar a Ay. Yo te entrego al rey de Ay, junto con su pueblo, su ciudad y su territorio.
Y todos los aquí reunidos reconocerán que el Señor da la victoria sin espadas ni lanzas, pues esta es la guerra del Señor y él os entregará en nuestro poder.