El capitán llegó hasta él y le dijo: —¿Qué haces tú dormido? ¡Levántate y suplica ayuda a tu dios! Tal vez, él se interese por nosotros y no perezcamos.
Pero David les contestó: —Mientras el niño estaba vivo, yo ayunaba y lloraba por él, pensando que el Señor podría apiadarse de mí y dejaría vivir al niño.
—Reúne a todos los judíos de Susa y ayunad por mí, sin comer ni beber durante tres días con sus noches. Mis doncellas y yo ayunaremos igualmente y luego me presentaré ante el rey, aunque sea en contra de la ley; y si por ello tengo que morir, moriré.
El Señor alza la voz al frente de su ejército; son innumerables sus tropas y fuerte el que ejecuta su palabra. El día del Señor es grandioso y temible: ¿quién podrá resistirlo?
Vestíos personas y animales con ropa de sayal; que toda persona suplique a Dios fervorosamente y que se convierta de su mala conducta y de la violencia de sus acciones.
Pero él respondió: —¿Por qué me desanimáis con vuestro llanto? Estoy dispuesto no solo a dejarme encadenar, sino a morir en Jerusalén por la causa de Jesús, el Señor.
Conocéis, además, el momento especial en que vivimos: que ya es hora de despertar del sueño, pues nuestra salvación está ahora más cerca de nosotros que cuando empezamos a creer.
y lo que queda al descubierto, se convierte, a su vez, en luz. Por eso se dice: «Despierta tú que estás dormido, levántate de la muerte, y te iluminará Cristo».