Emborracharé a sus nobles, a sus sabios y gobernantes, a sus magistrados y soldados; dormirán un sueño eterno del que no despertarán —oráculo del rey que se llama Señor del universo.
El enviado del Señor irrumpió en el campamento asirio y mató a ciento ochenta y cinco mil soldados; al levantarse los asirios por la mañana, no había más que cadáveres.
Me dije entonces: «¡Ay de mí, estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros, yo, que habito entre gente de labios impuros, y he visto con mis propios ojos al Rey, Señor del universo».
Tú insistirás: —Así dice el Señor: Voy a poner borrachos perdidos a todos los habitantes de esta tierra, a los reyes que se sientan en el trono de David, a los sacerdotes, a los profetas y a todos los habitantes de Jerusalén.
También les dirás: «Así dice el Señor del universo, Dios de Israel: Bebed, emborrachaos, vomitad y caed para no levantaros ante la espada que voy a lanzar en medio de vosotros».
¡Por mi vida —oráculo del Rey que se llama Señor del universo— que así tiene todo que suceder, tan real como el Tabor entre los montes, como el Carmelo cerca del mar!
Cuando estén en pleno ardor, les proporcionaré bebidas, haré que se emborrachen para que, llegada la euforia, duerman un sueño eterno y no despierten —oráculo del Señor.
Tus pastores, rey de Asiria, se han quedado dormidos, tus capitanes están soñolientos, dispersas tus tropas por los montes. ¡No hay nadie que las agrupe!
Maldito el tramposo que, teniendo un macho sano en su rebaño y habiendo hecho un voto, sacrifica uno dañado al Señor. Yo soy el Gran Rey —dice el Señor del universo— y mi nombre es respetado entre las naciones.