Los soldados de Babilonia ya no luchan, se quedan metidos en las fortalezas, se agota su valor, son como mujeres; el fuego consume sus edificios, sus cerrojos están destrozados.
Se han convertido en paja y el fuego los ha quemado; y no han librado su vida del alcance de las llamas: no eran brasas para calentarse ni hogar donde buscar reparo.
¡Lanzad el alarido, rodeadla! La ciudad se ha entregado, sus pilares se desploman, se derrumban sus murallas. Es la venganza del Señor, vengaos también vosotros de ella: hacedle lo que ella hizo.
Emborracharé a sus nobles, a sus sabios y gobernantes, a sus magistrados y soldados; dormirán un sueño eterno del que no despertarán —oráculo del rey que se llama Señor del universo.
Tiró por tierra sus puertas, quitó y rompió sus cerrojos; su rey y sus príncipes viven entre paganos; no hay ley, ni los profetas reciben sus visiones del Señor.
haré saltar el cerrojo de Damasco, aniquilaré al que habita en Bicat Avén y al que empuña el cetro en Bet Edén. El pueblo de Siria irá cautivo a Quir —dice el Señor.
Estremecidos de horror ante el suplicio, exclamarán desde lejos: —¡Desgraciada de ti, la gran ciudad, Babilonia, la ciudad tan poderosa! ¡Un instante ha bastado para consumarse tu condena!