Y mientras los sacaban fuera de la ciudad, uno de los ángeles le dijo: —¡Corre, ponte a salvo! No mires atrás ni te detengas para nada en el valle. Huye hacia las montañas, si no quieres morir.
Huid de en medio de Babilonia, poned a salvo vuestras vidas, no perezcáis por su culpa; que es la hora de la venganza del Señor, el día en que les dará su merecido.
Ofrecía así dos garantías, ambas irrevocables, porque Dios no puede engañar, y proporcionaba un poderoso consuelo a quienes se refugiaban en él para mantener la esperanza a que estamos destinados.