Nadie volverá a ensalzar a Moab, en Jesbón se fraguó su desgracia: «¡Vamos a extirparla de las naciones!». También Madmén enmudece, la espada corre tras ella.
Grito angustiado por Moab: sus fugitivos van a Soar, van hacia Eglat Salisá. Por la cuesta de Lujit sube la gente llorando; por el camino de Joronáin se oyen gritos desgarradores.
Y ahora habla el Señor así: «Dentro de tres años, años de jornalero, de nada valdrán los señores de Moab y toda su nutrida población. Serán un resto, unos pocos, una miseria, sin importancia».
—¿No has visto lo que anda diciendo esta gente: que el Señor ha rechazado a las dos familias que había elegido? Pues hablando así desprecian a mi pueblo y no lo tienen por nación.
Tú no temas, siervo mío, Jacob —oráculo del Señor—, que yo estoy contigo. Exterminaré a todas las naciones por cuyas tierras te dispersé; no voy a acabar contigo, pero en justicia debo castigarte, no puedo dejarte impune.
A la sombra de Jesbón se paran faltos de fuerza los fugitivos: pues un fuego ha salido de Jesbón, llamas de la ciudad de Sijón, que consumen las sienes de Moab y el cogote de la gente de Saón.
Gime, Jesbón, pues Ay ha sido devastada; gritad, ciudades del distrito de Rabat; ceñíos de sayal, haced duelo de arriba abajo entre las cercas, pues Milcón saldrá para el destierro, y con él sus sacerdotes y dignatarios.
Aterrorizaré a Elam ante sus enemigos, ante aquellos que quieren aniquilarlo; traeré sobre sus habitantes la desgracia, el incendio de mi cólera —oráculo del Señor. Mandaré tras ellos la espada, hasta que haya acabado con ellos.