Pero apenas se sentían en paz, otra vez volvían a ofenderte, y otra vez los entregabas en manos de sus enemigos que volvían a oprimirlos. De nuevo clamaban a ti y tú los escuchabas desde el cielo. Así fue como los libraste muchas veces conforme a tu gran misericordia.
El Señor del universo, que te plantó, ha decretado una desgracia contra ti, a causa de la maldad de Israel y de Judá, de todo lo que hicieron para irritarme, quemando incienso a Baal.
—Di a Ebedmélec, el cusita: Así dice el Señor del universo, Dios de Israel: Voy a hacer que se cumplan las palabras que pronuncié contra esta ciudad, palabras de desgracia, que no de ventura; y ese día serás testigo de su cumplimiento.
Y es que quemabais ofrendas de incienso y pecabais contra el Señor, sin hacerle caso y sin vivir conforme a su ley, a sus mandatos y a sus decisiones. Por eso os sobrevino aquella desgracia, que continúa hoy.
Quienes los encontraban, los devoraban; sus enemigos decían: «No somos culpables; ellos son los que han pecado contra el Señor, que era su legítima dehesa y esperanza de sus antepasados».
Ahora bien, es sabido que todo lo que dice la ley se lo dice a quienes están bajo su yugo. Nadie, por tanto, tendrá derecho a hablar y el mundo entero ha de reconocerse culpable ante Dios.