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Referencias Cruzadas

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Jeremías 26:16

La Palabra (versión española)

Los dignatarios y la gente presente dijeron a los sacerdotes y a los profetas: —Este hombre no es reo de muerte, pues nos ha hablado en nombre del Señor, nuestro Dios.

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19 Referencias Cruzadas  

Si no te atreves a interceder en una situación como esta, el consuelo y la liberación de los judíos vendrá de otra parte, pero tú y toda tu familia moriréis. ¡Quién sabe si no has llegado a ser reina para mediar en una situación como esta!

¿Quién me defenderá ante los malvados? ¿Quién me apoyará frente a los malhechores?

Cuando el Señor aprueba a alguien, hasta con sus enemigos lo reconcilia.

Los sacerdotes y los profetas se dirigieron a los dignatarios y a toda la gente en estos términos: —Este hombre es reo de muerte, pues profetiza contra esta ciudad, como habéis podido oír.

Todos los nobles y toda la gente que se habían comprometido mediante el pacto a liberar a su esclavo o a su esclava, de modo que no volvieran a servirles, los dejaron en libertad tras escuchar lo estipulado.

Dijeron los dignatarios a Baruc: —Vete y ocúltate junto con Jeremías, y que nadie sepa dónde estáis.

Elnatán, Delaías y Guemarías habían insistido al rey pidiéndole que no quemara el rollo, pero no les había hecho caso.

Estos se irritaron contra Jeremías y mandaron que lo azotaran y lo metieran en prisión, en casa del funcionario Jonatán, que habían acondicionado como cárcel.

El oficial del ejército romano y los que estaban con él vigilando a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que estaba sucediendo, exclamaron sobrecogidos de espanto: —¡Verdaderamente, este era Hijo de Dios!

Nosotros estamos pagando justamente los crímenes que hemos cometido, pero este no ha hecho nada malo.

Cuando el oficial del ejército romano vio lo que estaba pasando, alabó a Dios y dijo: —¡Seguro que este hombre era inocente!

He sacado la conclusión de que le hacen cargos sobre cuestiones relativas a su ley, pero ninguna acusación hay por la que deba morir o ser encarcelado.

La controversia tomó grandes proporciones, hasta que algunos maestros de la ley, miembros del partido fariseo, afirmaron rotundamente: —No hallamos culpa en este hombre. Puede que un espíritu o un ángel le haya hablado.

Sin embargo, me consta que no ha cometido ningún crimen por el cual merezca la muerte. Pero como ha apelado a su Majestad imperial, he decidido enviárselo a él.




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