Fui al Éufrates, excavé en el sitio donde lo había escondido y recogí el cinturón. Y resulta que estaba podrido; no servía para nada.
No hay quien invoque tu nombre, ni se desvele por aferrarse a ti. Nos has ocultado tu rostro y nos has abandonado a nuestras culpas.
Este pueblo canalla que se niega a escuchar mis palabras, que sigue la maldad de su mente retorcida, que va tras dioses extraños dándoles culto y adorándolos, acabará como este cinturón que no sirve para nada.
Después de cierto tiempo me dijo el Señor: —Vete al Éufrates y cuando llegues, recoge el cinturón que te ordené esconder allí.
Entonces me llegó la palabra del Señor en estos términos:
Todos han errado el camino, todos se han pervertido. No hay ni siquiera uno que practique el bien.
En otro tiempo te fue inútil; ahora, en cambio, se ha vuelto útil tanto para ti como para mí.