Vivía ya Israel sus últimos días, cuando mandó llamar a su hijo José y le dijo: —Si de verdad me quieres, pon tu mano debajo de mi muslo y júrame que harás lo que te voy a pedir: ¡Por favor, no me entierres en Egipto!
Todo lo que esté a tu alcance, hazlo con todas tus fuerzas, pues no hay actividad, ni razón, ni ciencia, ni sabiduría en el reino de los muertos adonde te encaminas.
Por aquel tiempo enfermó gravemente Ezequías. El profeta Isaías, hijo de Amós, fue a visitarlo y le dijo: —Así dice el Señor: Pon en orden tus asuntos, pues vas a morir; no te curarás.
con estas palabras: —¡Ay, Señor! Recuerda que me he comportado con fidelidad y rectitud en tu presencia, haciendo lo que te agrada. Y rompió a llorar a lágrima viva.
Estad, pues, vigilantes también vosotros, porque no sabéis cuándo va a llegar el señor de la casa: si al anochecer, a la medianoche, al canto del gallo o de madrugada.
Pero David siguió insistiendo: —Tu padre sabe muy bien que me aprecias y pensará: «Que Jonatán no se entere, para que no se disguste». Pero, te juro por el Señor y por tu vida, que estoy a un paso de la muerte.