Entonces Dios, el Señor, hizo caer al hombre en un profundo sueño y, mientras dormía, le sacó una de sus costillas y rellenó con carne el hueco dejado.
David tomó la lanza y la cantimplora de la cabecera de Saúl y se marcharon, sin que nadie los viese, ni se enterase, ni despertase. Todos estaban dormidos, pues el Señor los había hecho caer en un profundo sueño.