A pesar de mi vejez y mi pelo encanecido, tú, oh Dios, no me abandones, hasta que anuncie tu poder a esta generación, tu fuerza a todos sus descendientes.
Por tanto, por el amor entrañable de Dios os lo pido, hermanos: presentaos a vosotros mismos como ofrenda viva, santa y agradable a Dios. Ese ha de ser vuestro auténtico culto.
Somos, pues, embajadores de Cristo y es como si Dios mismo os exhortara sirviéndose de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios.
Queridos hermanos, sois gente de paso en tierra extraña. Por eso os exhorto a que luchéis contra los apetitos desordenados que hacen guerra al espíritu.
Si luego vienen sus padres o sus hermanos a demandaros, les diremos: «Perdonadlos, por favor, pues han capturado cada uno una mujer como en la guerra». Y tampoco puede decirse que se las habéis dado vosotros, porque en ese caso seríais culpables.