Y, en efecto, al día siguiente, el Señor cumplió su palabra: murió todo el ganado de los egipcios, pero del ganado de los israelitas no murió ni un solo animal.
Esa noche recorreré el país de Egipto para exterminar a todos sus primogénitos, tanto personas como animales. De este modo, yo, el Señor, daré un justo escarmiento a todos los dioses egipcios.
A medianoche, el Señor hizo morir a los primogénitos en Egipto, desde el primogénito del faraón —heredero del trono— hasta el primogénito del que estaba encerrado en el calabozo, y también a las primeras crías del ganado.
Respondió Moisés: —No podemos hacer eso, pues lo que nosotros ofrecemos en sacrificio al Señor, nuestro Dios, es abominable para los egipcios; y si inmolásemos a la vista de ellos lo que consideran abominable, sin duda nos apedrearían.
Aquel granizo destrozó en todo el país de Egipto cuanto se encontraba en el campo —personas y animales—, machacó toda la vegetación y tronchó los árboles.